Mis primeros pininos como maestra
Cada vez que me preguntan cuándo decidí ser maestra respondo que siempre quise serlo. En la sección sobre mi vida personal cuento cómo desde muy temprana edad fui la maestra de mi hermana menor. A ella le enseñé cómo amarrarse los zapatos, cómo escribir su nombre incluso antes de que empezara el nido (en Perú el “nido” es como el Pre-K en Estados Unidos), o hasta cómo preparar un muy sencillo pero delicioso keke de vainilla. También fui su tutora personal y la ayudaba con sus tareas cuando ella empezó a ir a la escuela. Es decir, aprender para enseñar era lo mío y no podía evitarlo. Al mismo tiempo, cada vez que pienso en mis inicios como maestra, pienso en Jerry.
Cuando lo conocí, Jerry era un niño de cuatro años cuya familia venía de China. El trabajo de su papá los llevó a volar cientos de kilómetros y a vivir en Lima, Perú un tiempo. Así fue como yo tuve la dicha de conocerlos. En ese tiempo, en el año 2012, yo aún estaba estudiando la carrera de traducción e interpretación de idiomas en la universidad Ricardo Palma y una compañera de estudios me dijo que tenía el contacto de una “chambita”—una familia China necesitaba que alguien le de tutoría de español a su hijito. Aunque en ese momento no estaba siguiendo una carrera en educación, sabía que me encantaba enseñar y los niños también. “¡Sí quiero!”, dije. “¿Cómo hago para empezar?”
Nunca olvidaré el primer día que fui a su casa. Jerry me abrió la puerta, así todo chiquito, y desde ese momento formamos una conexión hermosa. La mamá, Estela, no hablaba mucho español, ni tampoco inglés. Las dos usábamos muchas mímicas y oraciones simples para poder comunicarnos, y lo lográbamos.
Al principio pensé que sabía lo que hacía. Invertí mucho tiempo pensando actividades para mi pequeño Jerry. “Cortaremos y pegaremos, cantaremos canciones, completaremos hojitas de trabajo…” Las ideas no me faltaron. Lo que no imaginé es que a Jerry no le gustaría cortar y pegar. ¡La sensación de la goma en sus manos no le gustaba! Jerry tampoco quería cantar canciones conmigo. Eso simplemente no captaba su atención ni era de su interés. Y las hojitas de trabajo, bueno, esas sí las completábamos pero en poco tiempo Jerry se aburría. Empecé a descubrir que antes de poder enseñarle nada tenía que llegar a conocerlo a él primero. ¡Vaya descubrimiento el mío! Quién me iba a decir que siete años más tarde, al obtener mis credenciales en San Diego State University, iba a aprender sobre los “Fondos de conocimiento” y sobre la importancia de llegar a conocer a nuestros alumnos.
Así fue como decidí cambiar mi estrategia. Me dediqué a conocer a Jerry primero y aprendí sobre sus gustos y disgustos. Aprendí que Jerry era una estrellita fugaz con muchísima energía y que le encantaba jugar juegos en donde usáramos nuestra imaginación. Aprendí que no había nada que le gustara tanto a Jerry como armar Legos. Y a partir de eso fue que se me ocurrieron diferentes actividades para hacer juntos. Armaríamos Legos mientras conversábamos en español; jugaríamos a carreras con carritos para practicar el sonido /rr/ en español; imaginaríamos que teníamos un canal de noticias donde hablaríamos sobre el clima. ¡Bingo! Ahora sí, le di en el clavo.
Después de un año de trabajar con Jerry, él fue capaz de hablar el español de manera fluída. ¡Hasta era capaz de usar jergas y modernismos limeños! Me quedé impresionada del poder que tuvo y la diferencia que hizo llegar a conocer a Jerry primero para poder enseñarle después. Sin eso, estoy segura que no hubiésemos logrado resultados tan impresionantes.
Esto mismo sigue siendo verdad y lo practico ahora más que nunca en mi carrera como maestra bilingüe en California. De hecho, el primer ciclo del trabajo que completé para California Teacher Performance Assessment (CalTPA) se trató justamente de llegar a conocer a los alumnos de mi salón y planear una lección basada en eso. Una vez más, los resultados fueron inéditos. El nivel de eficacia que tiene incorporar los fondos de conocimiento y los gustos de nuestros niños importa. Cuando lo hacemos, capturamos toda la atención de nuestros niños y creamos un ambiente en el que ellos querrán aprender y compartir con sus compañeros. Esto facilita la implementación de diálogos académicos entre los alumnos. El salón se llena de curiosidad, de energía positiva y todos nos contagiamos de ella—¡la maestra incluída!
Por experiencia propia, puedo decir que conocer a nuestros alumnos es imprescindible. Interesémonos en saber qué les gusta; qué está de moda; cuáles son los programas de televisión que ven o los videojuegos que juegan; qué dulces les gusta comer. Especialmente ahora durante Distance Learning será necesario usar todas las maneras posibles para capturar y mantener el interés de nuestros niños. ¡Inténtalo y observa la diferencia por ti mismo!
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